Acto Final


-¿Entonces qué? ¿Quieres pasar a arroparme?- le dijo de la forma más casual que pudo. No quería evidenciar en su totalidad sus malas intenciones, que en realidad no eran malas. Por el contrario, quería hacer válido el acuerdo que habían establecido el día anterior precisamente para esa hora de la noche, pero que de alguna forma parecía evaporarse debido a unas variables extrañas en la ejecución del plan que habían hecho estragos en el itinerario. Sin embargo, estaba deseoso de ella, por besarla y tenerla como ya hacía tiempo no era posible. Estaba ansioso por sentir sus carnosos labios en su miembro que tan bien sabe llevar al límite y su tan amaestrada lengua en mi boca y en mis límites. Eso intentaba ella con su sutil propuesta, porque intentar engañarlo no tiene sentido. No, siendo consciente que existe un acuerdo entre ambos. 

Vio una ligera media sonrisa en el rostro de su amante, pues sabía exactamente a dónde iba todo aquello. Por lo que preguntó, como siempre, precavido -¿Quieres que te arrope o algo más?. 
-Sí quiero, además la última vez que me trajiste te quedaste con las ganas e igual se nos ocurre algo ya que me metas en la cama.- dijo seductora con su exótico acento colombiano. Después abrió la puerta del auto y bajo del mismo dándome una majestuosa vista de su espectacular trasero de jugadora de voleibol que se dibujaba vividamente  en sus ajustados vaqueros. 

Aparcó con rapidez el auto en el cajón de estacionamiento designado al apartamento 12, el cual por lo regular siempre estaba vacío debido a que ni su amante ni su compañera de departamento tenían auto propio en la ciudad. Bajó del auto se dirigió hacía el apartamento donde ella le esperaba con todo en orden. 

Al encontrarse en el umbral vio ligeramente abierta la puerta, entró al pequeño departamento y como si fuera una luciérnaga se encaminó hacia la única habitación de la que manaba una tenue luz amarilla. Esa habitación donde en unos minutos dispondría de ella y sus encantos para saciarse y en el proceso saciarla a ella casi tanto como planeaba para sí mismo. 

Entró, cerró la puerta y colocó el seguro, no debe haber interrupciones cuando se cuenta con la dicha de haber sido tocado por la inspiración. Volteó hacía ella, la vio parcialmente iluminada por la luz blanca que venía del foco que colgaba fuera de la ventana; mientras algunas sombras complementaban su figura e irónicamente acentuaban su sonrisa perversa y traviesa. Se acercó a ella decidido, no había tensión en el aire ya que los preámbulos eran innecesarios. La deseaba y ella a él. La besó más que con pericia, con soltura y deseo. Besó su cuello ligeramente húmedo por el sudor provocado por la cálida noche y, no sé en qué medida, por el calor que provocaba con las caricias de mis manos por su cuerpo y por la desenfrenada cadencia de sus besos sobre aquel delgado cuello que el mismísimo rey de los vampiros habría pensado en conservarlo para siempre.

Finalmente ella arremetió contra él, un poco más tarde que de costumbre, lo que hizo que él esbozara una amplía sonrisa, la cual quedó cubierta por un momento mientras ella le sacaba la playera, dejando su torso completamente desnudo y bañado por la misma tenue luz blanca de aquel foco. Él también la despojó de su delgada blusa de tirantes, dejándola vistiendo aquel delicado sujetador color negro. Así pues, ella se aventuró a sumergirse igual que el nautilus del capitán Nemo en el fondo del mar, quedando arrodillada frente a él. El cinturón, le provocó un ligero inconveniente pero nada que sus finas y hábiles manos no pudieran sortear, después de todo, su pareja no oponía resistencia alguna; incluso colaboró en bajar su pantalones y quitarlos, ya que sabía exactamente qué le esperaba. Los calzoncillos cayeron tan fácilmente y de un tirón. El pene de aquel fornido hombre se irguió al ser despojado de su manto, para presentarse estoico ante la diosa que lo convocaba, quien antes de poseerlo, le dirigió a su dueño una mirada perversa que anunciaba el inicio de su show. 

Él se retorció de placer al sentir aquella perfecta mezcla entre la calidez de aquella pequeña boca y de su lengua y la refrescante saliva que la cubre. Comenzó a darse gusto, a besarlo, a hundirlo en su boca y su garganta; a llenarte a tal punto del atraganto. Es una diosa cuando se libera, cuando se desata; una diosa que se da gusto y placer a voluntad y que lo genera. Además del placer que le estaba otorgando la diosa con sus carnosos labios, su lengua y sus manos, se sentía embriagado por toda la mezcla de factores; la forma, el lugar, la ocasión, ella y él sin miramientos. Él no sabía que hacer con sus manos, que denotaban una gran nivel de ansiedad provocado por tanto placer y querer devolverlo pero no poder por estar viajando en ese mar de sensaciones. Ese nivel de placer que sientes que te limita la piel y sólo quieres salir de ese cuerpo, pero todas esas sensaciones te mantienen atado a él. Sin poder contenerse un segundo más; aún cuando sabe con certeza lo mucho que le produce placer verlo estremecer cuando ella goza de su pene particularmente de esa manera. Aprovechando una pausa en el ritmo de la diosa, la levanta atrayéndola hacia si mismo. La volteó y la apretó con fuerza contra su pecho sintiendo sus delicados huesos y su cálida piel, al mismo tiempo que ella sentía su corazón golpeando como los cascos de diez caballos a pleno galope; mientras le acariciaba uno de sus pequeños senos apretados en aquel suave sostén negro y hundía su cara en su rizada melena azabache dejando escapar hervientes exhalaciones en aquel delicado y delicioso cuello. Entre jadeos apenas pudo articular cerca de su oído - Quítate los pantalones- dijo imperativo y poseído por el placer y el goce. 

Ella comenzó a bajarlos y se detuvo a la mitad para preguntar dubitativa -¿Completamente o así a la mitad?- dijo con los vaqueros revelando sus bragas que hacían juego con el sostén. 

-Todo- respondió él mientras se acariciaba el miembro entre las sombras, el cual estaba sumamente rígido y sabía que estaba enrojecido por la sangre que bombeaba hasta su desbocado corazón. Era un sinfín de emociones, sentimientos y sensaciones las que ella le provocaba; sin embargo, siempre le era indescriptiblemente difícil separar la necesidad del deseo, en especial cuando se encontraba a punto de poseerla. Así que cuando ella se hubo incorporado completamente desnuda, se acercó con la gracia de un bailarín de tango haciéndole sentir lo tenso que se encontraba todo su cuerpo. Se acercó aún más para susurrarle una pregunta sin cuidar el lenguaje - ¿Anal o de a perrito?.

Él sintió como ella sonreía perversamente ente aquella pregunta, por lo que contestó gustosa entre aquella sonrisa que denotaba el placer que le esperaba después de que la respondiera -Anal, mil veces anal- dijo con su particular acento. Inmediatamente, él se colocó el preservativo y en un inesperado movimiento ella se giró hacia él tomando nuevamente al estoico miembro de su pareja que tanto goce le causa para llevarla nuevamente a su boca; lo quería en su cenit para lo que seguía. Cuando hubo considerado que estaba en el punto exacto, se giro para quedar a inclinada a los pies de la cama con su rizada melena cubriéndole parte del rostro. Por su parte, la fotografía que él tenía frente a sí mismo era la del manjar más exclusivo que pudiera existir en este mundo y era totalmente exclusivo para su disfrute por un par de minutos más. 

Finalmente, él se acercó para colocarse detrás de ella; el punto de partida que los capultaría al éxtasis. -Tienes que comenzar un poco más lento de lo normal porque no recuerdo dónde dejé el lubricante, pero admito que me parece conveniente- dijo esa con voz entrecortada por la posición en la que se encontraba y la excitación que la albergaba en ese momento. Así pues, él entró en aquel pequeño, estrecho y cálido orificio, lentamente y con gentileza, siguiendo las indicaciones de ella. Sintió una agradable presión en su miembro, al mismo tiempo que sentía como el placer se iba acumulando poco a poco conforme iba entrando más y más en ella; centímetro a centímetro, gemido tras gemido, hasta que ella pronuncio aquellas palabras que serían el disparo de salida en una carrera de caballos -Está listo, ve a discreción. 

Ejecutó sus mejores movimientos desde el comienzo, no tenía sentido guardarse nada y el ritmo se fue ajustando y definiendo a medida que el placer iba aumentando; ya fuera para interiorizarlo, aumentarlo o dejarlo que tomara todo el control. Fue después de unos minutos que éste último fuera el que predominara durante el sometimiento, pero ¿Cómo podría ser de otra forma al verla inclinada retorciéndose en aquel mar donde se trastocan el dolor y el placer?. Escuchar sus gemidos lo llevó a tocar su ya húmeda vulva con el roce de sus dedos y de su mano mientras mientras continuaba con ímpetu galopando dentro de ella. Después de unos momentos más, se olvidaron del tiempo, que para ella ya estaba excedido y se permitieron perderse en ese momento lleno de todo, en el que sólo estaban sus cuerpos entregados al placer. No supieron cuanto duró, pero él reconoció cuando volvió en sí mismo cuando ella decidió parar. Aumentó el ritmo para correrse dentro de ella, quien benévolamente, ayudó azotándose contra él, multiplicando así el placer exponencialmente.  Él la sentía cada vez más y más cerca la explosión que lo haría regresar al mundo, pero seguía extremadamente excitado, incluso aún más pues con los movimientos que ella realizaba con aquella cadencia lo provocaban a querer continuar por más tiempo. Pero, finalmente sucedió, dio ese último jalón, ese último esfuerzo para por una vez por todas cruzar la línea de meta y romperse en mil pedazos; abandonar el mundo un momento más para después descender de nuevo hacia él como lo haría una pluma en caída libre. 

Él y ella volvieron al mundo, entre gemidos y jadeos, bañados en sudor y cubiertos por la luz y las sombras; la danza había terminado. Las luces se encendieron y se cubrieron el cuerpo, como lo hacen los músicos con sus instrumentos al terminar un concierto. Ella tomó su celular para ver la hora; tarde, muy tarde y una notificación de siete llamadas perdidas de "mi amor", pero no era el momento para preocuparse por esos detalles. Bloqueó el aparato y cuando volteó para buscarlo él ya estaba en el umbral de la habitación recargado de lado con las piernas y los brazos cruzados. Ella se levantó de la cama con su delicado camisón de seda que le cubría el cuerpo como una sábana a una escultura y se dirigió a él para acompañarlo a la salida. Una vez en la puerta de salida del departamento y la entrada a la realidad, se despidieron como hacen los amantes; con un insípido beso en la mejilla, sabiendo que ese había sido su acto final, el cual culminaba como aquel poema de aquel autor que siempre olvidaba pero que en su última línea decía que la vida debería terminar "con la explosión de un grito de un gran orgasmo"

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