CIELO

 

CIELO



En 2010 conocí a una niña que era un remolino, un fuego salvaje, un botón que brotara en medio del frío de enero y que guardaba una belleza tan peculiar, de esas que sólo puedes apreciar una vez que has terminado completamente de ver o leer una saga, porque su belleza no se limitaba a sus ojos, su cuerpo o su personalidad, sino al conjunto de todo ello. Cada pincelada y cada color elegido para ese precioso cuadro que ella era. No era arte, pero sin duda, me lo pareció hasta el final.

Sólo con la perspectiva que te da el tiempo es que puede valorar lo vivido. En su caso, diría que nuestra relación fue un tormento. ¿De qué otra manera puede ser cuando no se busca ni se quiere lo mismo? Es diferente apreciar ese cuadro ahora, como un hombre, de cuando era un niño en muchos sentidos. La amé, no con locura, ni con pasión, sino por todo aquello que deposité en ella, en aquel retazo de amor.

En una ocasión decidí llamarla “mi vida”, cosa que le generaba un gran malestar. Uno que no tardó en expresarme: “no me digas así” y, para el que yo mismo tuve que dar una explicación a las dudas que surgían en mi mente ¿La estoy ofendiendo? ¿Será que soy un desastre? ¿La hago sentir comprometida en algún sentido por llamarla de esa manera? Nunca obtuve una respuesta verbal a esas preguntas. No, ella no era de palabras, sino de acciones; las que dejaron siempre claro qué pasaba en su ser y el posible futuro que deparaba para mis intensiones a con ella. Tragedia, porque el amor no es decisión de uno solo, sino de ambos frentes. “Yo no puedo ser valiente por lo dos”, le dije alguna vez y tiempo más tarde, me fui. Como se van las personas que no piensan volver jamás, sin llevarme nada; “mi puerta se cerró y tú quedaste fuera”, resolví al tiempo, buscando consuelo en la responsabilidad de mis sentimientos y pensamientos a por mí mismo.

Me imaginó que al final de cuentas llamarla “mi vida” si tuvo relación con el desastre que padecimos. No sé si tuviera que ver con el cumplimiento de una fantasía inconsciente y al más mero estilo del efecto Pigmalión, terminaron por sincronizarse nuestras conductas con nuestras ideas y dio como resultado lo vivido.

Siendo tan sincero como siempre, alguna vez pensé que tal vez ese mote no le significara una ofensa, sino una responsabilidad en el nivel que solamente el amor puede adjudicarte y que, aunque no sea correspondido no puede evitar ver, por lo que te niegas a recibirlo. Algo así como una propuesta de matrimonio con un anillo precioso, pero no es lo que quieres o no es con quien tú quieres. Especialmente cuando ella no se siente merecedora de ese amor que se le está dando, no en la medida que tú le quieres querer, ni en la medida que ella quiere ser medida. Después de todo “aceptamos el amor que creemos merecer”, ya que, “debes cuidar cuando se ama que no se extinga la llama, ni te mate de calor”.

Todo este preámbulo es porque en esta historia tan particular entre nosotros; que nos ha sucedido y que hay capítulos que hemos escrito con nuestras propias manos. Entre todos los motes que existen, me llamas “cielo” y me encanta que te refieras así a mí, porque me imagino qué significa; la paz que siempre me refieres sentir cuando estás en mi compañía, la tranquilidad, la felicidad, la amplitud de mi sentir por ti. Porque no importa dónde estés, te cubro y te regalo muchos tonos diferentes; desde azules brillantes, rojos-naranjas-dorados de un cielo antes de que se oculte el sol, el negro intenso de la noche y que se adorna radiante con un sinfín de estrellas, el sinfín de historias que te podría contar. “Cielo”, un refugio, un oasis, yo para ti, tú para mí.

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